Alexia

José Luis Sánchez del Rio

En 1926 hubo en México una guerra terrible que duró tres años, pues el presidente  sacó una ley, conocida como la Ley Calles, que era un código penal anticatólico: establecía la expulsión de los sacerdotes extranjeros, preveía la prisión por celebrar cultos fuera de los templos o dar enseñanza católica, prohibía el uso del traje sacerdotal o hábito religioso, y castigaba a los sacerdotes que no obedecieran las leyes que iban en contra de la fe católica. Como reacción a su política sectaria surgió el movimiento de los Cristeros, así llamados por su grito habitual: ¡Viva Cristo Rey! Eran en buena parte campesinos, que tomaron las armas en defensa de la Iglesia y protagonizaron tres años de lucha, que arrojó un balance de entre 25.000 y 30.000 cristeros muertos, y unos 60.000 soldados federales. Entre los que murieron en defensa de la fe hubo muchísimos mártires, pues entregaron su vida por amor a Cristo. Uno de esos mártires fue un niño llamado José Luis Sánchez del Río, que había nacido el 28 de marzo de 1913, con lo que al inicio de la guerra contaba tan solo con 13 años.  

En el hogar familiar aprendió a llevar una vida de piedad. Asistía al catecismo. Iba a Misa los domingos, así como los días 21 de cada mes, y rezaba diariamente el Rosario. José Luis quiso alistarse en el ejército cristero, pese a su corta edad, para defender a Cristo y a su Iglesia. Prudencio Mendoza, General de los cristeros de Michoacán, lo aceptó tan sólo como asistente. En el campamento se ganó el aprecio de sus compañeros. Por la noche dirigía el Rosario y animaba a la tropa.

El 6 de febrero de 1928 participó en un combate y en un momento de la batalla, el caballo del general Mendoza fue alcanzado por un proyectil cayendo muerto. El joven José Luis ofreció a su superior su caballo; y fue capturado por los federales.

El general federal, al ver su valentía y arrojo, le propuso unirse a ellos. El chico rechazó con energía la propuesta: ¡Jamás! ¡Primero muerto! Yo no me uno a los enemigos de Cristo Rey. ¡Fusíleme! Ante la negativa, el general lo mandó encerrar en un calabozo.

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El mismo día en que fue capturado, desde la prisión, escribió a su madre esta carta:

Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte, que es lo que más me mortifica; antes diles a mis dos hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su hermano más chico. Y tú haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez. Y tú recibe el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.

Cuatro días después, en la tarde del viernes 10, fue trasladado a su ciudad natal, Sahuayo. En la noche de aquel mismo día, le desollaron los pies y lo empujaron a golpes hasta el cementerio. Querían obligarle a renunciar a la fe, pero José Luis mantuvo su entereza.

Él mismo se encaminó al borde de su tumba y los verdugos comenzaron a apuñalarlo. En medio del tormento, el capitán que mandaba en la ejecución preguntó al joven mártir qué mensaje quería enviar a sus padres, a lo que respondió: Que nos veremos en el Cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!

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Dichas estas palabras, un soldado le disparó en la cabeza y José Luis cayó muerto en la fosa. Sin ataúd ni mortaja, su cuerpo recibió directamente las paletadas de tierra. Su muerte produjo tanta conmoción en Sahuayo que los soldados federales custodiaron el cementerio el día entero, pues todos querían recoger sangre del mártir.

El 20 de noviembre de 2005, en Guadalajara (México), el cardenal José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, por disposición del papa Benedicto XVI beatificó a José Luis Sánchez del Río y a otros doce más mártires cristeros. Fue canonizado en Roma por el papa Francisco el 16 de octubre de 2016.